A fin de definirme políticamente he empleado con frecuencia la fórmula acuñada por Ignacio Braulio Anzoátegui, quien decía de sí mismo que era nacionalista en el mal sentido de la palabra. O sea nacionalista con todas las connotaciones del caso, incluidas aquellas que hacen del nacionalismo un pensamiento políticamente incorrecto.
La aclaración de Ignacio tendía a diferenciar su posición de la sostenida por quienes dicen ser nacionalistas en el buen sentido de la palabra, a fin de no resultar confundidos con individuos poco democráticos, tirando a reaccionarios y, para peor, partidarios del Eje Roma Berlín en la última guerra mundial.
O sea que, desde joven, me he declarado nacionalista sin salvedades, asumiendo las consecuencias de tal postura.
No es fácil definir el nacionalismo. Mi siempre recordado Franci Seeber lo hizo del siguiente modo: ser nacionalista, dijo, es ser patriota y no ser sonso. Definición discutible, por cierto, pero que sirve para orientarnos en la cuestión.
También cabría sostener que el nacionalismo consiste en colocar la Nación, la Nación propia se entiende, en el lugar preeminente que le corresponde después de Dios. Concepto que sintetizaba adecuadamente el lema de la Alianza Libertadora que expresaba: Dios, Patria, Hogar.
De un tiempo a esta parte, por razones familiares, viajo a España de vez en cuando. Y, debido a ello, he tenido que afinar en lo que se refiere al nacionalismo. Pues allí, por culpa de los catalanes y de los vascos, para la gente que piensa como uno el nacionalismo es una mala palabra, pues resulta sinónimo de separatismo. Y buen trabajo me ha dado explicar que el nacionalismo resulta la contracara del separatismo, al anteponer la nación al regionalismo centrífugo.
Palpar el problema del separatismo me sirvió para terminar de comprender por qué José Antonio, con referencia a España, quiso en primer lugar que fuera UNA, antes aún que GRANDE y LIBRE.
Pues bien, fuere cual fuere la definición más ajustada de nacionalismo, creo que al mencionarlo sabemos todos a qué me refiero. Y, por ende, sabemos cuáles son los tópicos incluidos en su bagaje de ideas y principios. De algunos de los cuales se ha apoderado el gobierno de Cristina Kirchner para malearlos, procurando sacar partido de ellos. A eso me quiero referir seguidamente.
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Una de las primeras manifestaciones de la intención del gobierno que acabo de apuntar fue la celebración organizada, hace algún tiempo, para conmemorar el combate de la Vuelta de Obligado, en el mismo lugar donde se desarrollaron aquellas gloriosas acciones. Allí se levantó un monumento recordatorio y allí se trasladó la presidenta para pronunciar un discurso alusivo, acompañada por ministros de su gabinete.
Y, claro, uno qué iba a decir. Al fin de cuentas Cristina estaba realizando un acto de justicia histórica que no admite reproches y que, además, no habían efectuado sus antecesores en el cargo. Quizá la única decisión más o menos asimilable haya sido la de Carlos Menem, cuando dispuso que el buque que traía de Southamton los restos de Rosas pasara frente al teatro de la batalla.
Vino después la recuperación de Aerolíneas Argentinas, nuestra línea de bandera enajenada por Menem (el Turco da para todo).
Trascartón tuvimos la creación del Instituto Manuel Dorrego, cuya finalidad declarada es afianzar el revisionismo histórico. Y pregunto nuevamente qué objeción podría poner un revisionista a tan loable propósito.
Seguidamente sobrevino la potenciación del reclamo referido a Malvinas e, incluso, una suerte de reivindicación de la guerra librada para recuperarlas en 1982.
Y, por último, la expropiación de la mayoría del paquete accionario de YPF, apuntada a recobrar el manejo de los hidrocarburos nacionales por parte de la República.
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Repito, corriendo el riesgo de pecar por insistente ¿cómo puede oponerse un nacionalista a que se rinda homenaje a la Vuelta de Obligado, a que se recuperen Aerolíneas Argentinas, a que se impulse el revisionismo histórico, a que se suba el tono del reclamo respecto a Malvinas, a que la nación reasuma el manejo de sus recursos energéticos?
¿Cómo? Acaso de una sola manera: dejando constancia expresa de que esta apropiación de temas que tradicionalmente han formado parte del patrimonio nacionalista apesta a matufia, a manganeta, a manipulación indebida.
Ocurre en efecto que las ideas nacionalistas siempre han tenido aceptación popular, han arraigado en el sentimiento del pueblo argentino. Aunque los nacionalistas no hayamos sabido sacar partido de tal circunstancia para forjar un movimiento capaz de instalarlas en el poder.
Cuando a mí me dicen que el nacionalismo ha fracasado políticamente, suelo responder que no está tan claro que así sea. Pues, aunque no haya logrado bancas parlamentarias ni carteras ministeriales, lo cierto es que sus postulados fueron penetrando en el ideario político e informando, bajo distintos aspectos, las propuestas de los partidos y los planes de los funcionarios.
Supongo que a raíz de haber advertido esta circunstancia, el gobierno ha echado mano explícitamente al referido acervo para decorar sus programas y engalanar sus declamaciones.
Si las grandes líneas del rumbo político oficial son trazadas por personajes como Verbisky o Feinman, me cuesta creer que, en este caso, respondan las mismas a sinceras convicciones abrigadas por quienes las proponen. Pues, qué quieren que les diga, no los veo a Verbisky ni a Feinman profesando con convicción ideas nacionalistas.
Todo ello me lleva a suponer, como dije, que estamos ante una gran manipulación, ante una matufia que, por ser tal, vaya uno a saber a dónde puede conducirnos.
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Descripta la sensación general que produce el asunto, vayamos a algunos de sus aspectos particulares, que contribuyen sin duda a robustecer nuestro pálpito.
Tenemos por un lado el flanco vinculado con el revisionismo histórico, que quedó plasmado en el homenaje rendido a la Vuelta de Obligado y en la creación del Instituto Manuel Dorrego. Y sucede que el revisionismo oficial adolece de esa aparente falta de sinceridad a la que ya me he referido. Pues, si de fomentar realmente dicha corriente historiográfica se tratara, lo que debió hacerse no es inventar un organismo nuevo sino apoyar con refuerzos presupuestarios al Instituto Juan Manuel de Rosas, que ya existía dentro de la administración pública y que cuenta con una sólida trayectoria revisionista.
Por otra parte, hay que ver el material de carácter pretendidamente histórico que envía a las escuelas el Ministerio de Educación. Revisionista sí, en cierta medida, pero definido por una orientación izquierdista y resentida que nada tiene que ver con la realidad de nuestro pasado ni con la línea trazada por los creadores del revisionismo, léase los Ibarguren, los Irazusta, Ernesto Palacio o José María Rosa.
Sobre la recuperación de Aerolíneas e YPF, vayan ciertas precisiones. Consistente la primera en recordar la desastrosa administración de Aerolíneas, llevada a cabo por el joven Kicillof, un marxista declarado de quien no se debe decir que es nieto de un rabino porque la DAIA se enoja. Administración catastrófica que obligó al Estado a tapar agujeros sin conseguir mejorar la cosa.
En cuanto a YPF, recordemos por lo pronto que su vergonzosa enajenación –votada favorablemente por la senadora Cristina Kirchner- se realizó en un contexto de corrupción fenomenal, que incluyó la presencia de diputados truchos para lograr el quórum necesario a fin de sancionar la ley respectiva. Vino luego la introducción en la empresa –sin poner un peso- del grupo Eskenazi forzada por Néstor Kirchner, quien se peleó después con sus integrantes, quizá a raíz de haberles exigido que retribuyeran el favor recibido.
Dicen que la expropiación de YPF obedece al propósito de aumentar sus inversiones, con vistas a elevar la producción de petróleo y reducir su importación. Bien. ¿Pero quién realizará esas inversiones? No serán los Eskenazi, por cierto, sino el Estado argentino. ¿Y quién financiará al Estado argentino, que no está sobrado de fondos? No se sabe. Agreguemos que el funcionario que defendió el asunto en el Congreso fue el pibe Kicillof, el mismo que terminó de desbaratar Aerolíneas Argentinas.
Por otra parte, nos hallamos ante una curiosa expropiación, más parecida a un despojo que a otra cosa. Pues las expropiaciones se realizan previo pago del valor del bien expropiado. Pero, en este caso, se dictó una nueva ley de expropiación, en virtud de la cual el pago se efectuará una vez fijado su importe por un tribunal que sabe Dios cuándo y cómo se habrá de expedir. En cuanto a la toma de posesión de la empresa, fue dispuesta mediante un decreto de necesidad y urgencia. Todo muy prolijo.
Dejo para el final el tema Malvinas, cuyo manoseo no puede menos que herir el patriotismo de la población. Resuelto a usufructuar tal sentimiento, el gobierno ha querido apoderarse asimismo de la cuestión, reivindicando tardíamente la guerra librada para recuperar el archipiélago usurpado. Pero la reivindicada por el gobierno es una guerra singularísima: una guerra sin soldados.
Las guerras las libran los soldados. Pero el gobierno detesta a los soldados a raíz de haber derrotado oportunamente a los terroristas bienquistos por él. Entonces, para separarlos del tema Malvinas, desempolvó el Informe Rattenbach y, entre otras cosas, retuvo en la cárcel al coronel Losito, que combatió en Top Malo House, y redujo a prisión domiciliaria al almirante Büsser, jefe del desembarco en Puerto Argentino. Hecho lo cual se trenzó en una polémica grotesca con Gran Bretaña, donde los ingleses mencionaban el peligro de un ataque realizado por fuerzas argentinas inexistentes y los argentinos declaraban que se resistirían en el continente a una ofensiva que aquéllos jamás pensaron llevar a cabo. A la vez, Cristina requirió a los países sudamericanos que no recibieran en sus puertos buques con bandera malvinenese, sin mencionar para nada a barcos con bandera inglesa. Cuando lo kelpers no tienen flota y el abastecimiento de las islas corre por cuenta de navíos ingleses.
La interdicción de entrada para buques con bandera malvinense se supone que procuraba aislar a los pobladores del archipiélago. Pero, sorprendentemente, poco después de impulsarla, la presidenta propuso establecer vuelos regulares entre Puerto Argentino y Buenos Aires. Con lo cual uno ya no entiende nada.
Parece claro que el gobierno pretende arrebatar al nacionalismo sus banderas. Pero es tal la torpeza que exhibe para hacerlas flamear que, probablemente, tendrá que renunciar a su propósito y devolverlas a su legítimo dueño, luego de incurrir en repetidos papelones.